viernes, 31 de enero de 2014

El viejo alquimista

Hace tres siglos, en el antiguo reino de Birmania, se casó una pareja de enamorados. Wong, el chico, cumplía de sobra con los requisitos impuestos por Míster Wu, el padre de la novia, llamada Su-Yi. El matrimonio era muy feliz, pero a los dos años todo cambió. Wong se encerraba días enteros en su taller, junto al granero. Además cada día gastaba más dinero sin que Su-Yi supiera en qué. 

Como ambos habían prometido siempre ser sinceros, un día se decidió a preguntarle qué ocurría.

- ¿En qué gastas tanto dinero Wong? ¿Por qué siempre andas desvelado?

- Soy alquimista, querida —respondió Wong.

- ¿Y qué es eso? —preguntó la esposa— nunca oí hablar de algo así.

- Estoy indagando la fórmula para convertir cualquier material en oro. He gastado nuestros ahorros para montar un laboratorio y paso las noches leyendo antiguos manuales.

Su-Yi se quedó muy pensativa y, al día siguiente, fue a visitar a su padre para contarle lo ocurrido.

- ¿Conque alquimista… hmmm? Dile que venga a verme porque de joven yo también fui alquimista y hallé el ingrediente secreto para obtener oro —aconsejó el señor.

Intrigado cuando su esposa le narró esto, Wong fue corriendo a ver a su suegro. 

- ¿Cuál es el ingrediente, Míster Wu? Ándele, dígame, dígame, dígame —le suplicó.

- El ingrediente secreto —dijo el señor Wu— es el polvito plateado que cubre las hojas de los árboles que dan plátanos. Se necesitan dos kilogramos.

- ¡Imposible: eso exige cientos de plantas! —exclamó Wong.

- Por eso yo no pude lograrlo, pero tú sí podrás —lo animó Míster Wu.

Wong gastó el último dinero que le quedaba en un terreno. Labró la tierra, y sembró las plantitas de plátano, que cuidaba a diario. Les quitaba los bichos y las hojas secas. Con un fino pincel retiraba el polvillo plateado; pero era tan escaso, que Wong tuvo que comprar más tierras y sembrar más plátanos. Así pasaron años hasta que reunió los dos kilos.

- ¡Lo tengo, lo tengo, lo tengo! —le anunció Wong.

- Te calmas, te calmas, te calmas. Para enseñarte el método ve corriendo por tu esposa. Los alquimistas necesitan la ayuda de una mujer —le pidió Míster Wu.

- La hermosa Su-Yi hizo su entrada a escena.

- ¿Para qué me mandaste llamar don Míster padre? —preguntó ella.

- Para que le cuentes a tu don Míster marido Wong qué has estado haciendo con los plátanos de sus árboles —explicó papá.

- Pues los voy vendiendo y de eso vivimos —aclaró la chica.

- ¿Y guardaste algo de dinero? —quiso saber el padre.

- Pues claro que sí.
- ¿Y puedo verlo?
- Desde luego. Pero ni se te ocurra pedirme prestado, porque no eres buen pagador.

Su-Yi fue a la habitación de al lado y regresó con una docena de pesadas bolsas llenas de monedas de oro. Míster Wu las fue dejando caer sobre el piso. Luego trajo un costal de tierra, lo vació y comparó los dos montones.
 
- ¿Lo ves? —preguntó a Wong— lograste convertir la tierra en oro.

Todos se quedaron callados y luego estallaron en carcajadas al reconocer la inteligencia de Míster Wu. La familia fue próspera y feliz gracias al ingenio de don Míster viejo alquimista que, por cierto, halló la fórmula de recuperar y conservar la juventud (a base de ricos licuados con el polvito plateado) y vive hasta la fecha: él nos contó esta historia.
 
Fuente: Cuento tradicional de Myanmar.

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