Hace tres siglos, en el antiguo reino de Birmania, se casó una pareja de enamorados. Wong, el chico, c
umplía
de sobra con los requisitos impuestos por Míster Wu, el padre de la
novia, llamada Su-Yi. El matrimonio era muy feliz, pero a los dos años
todo cambió. Wong se encerraba días enteros en su taller, junto al
granero. Además cada día gastaba más dinero sin que Su-Yi supiera en
qué.
Como ambos habían prometido siempre ser sinceros, un día se decidió
a preguntarle qué ocurría.
- ¿En qué gastas tanto dinero Wong? ¿Por qué siempre andas desvelado?
- Soy alquimista, querida —respondió Wong.
- ¿Y qué es eso? —preguntó la esposa— nunca oí hablar de algo así.
- Estoy indagando la fórmula para convertir cualquier material en oro. He gastado nuestros ahorros para montar un laboratorio y paso las noches leyendo antiguos manuales.
Su-Yi se quedó muy pensativa y, al día siguiente, fue a visitar a su padre para contarle lo ocurrido.
- ¿Conque alquimista…
hmmm? Dile que venga a verme porque de joven yo también fui alquimista y
hallé el ingrediente secreto para obtener oro —aconsejó el señor.
Intrigado cuando su esposa le narró esto, Wong fue corriendo a ver a su suegro.
- ¿Cuál es el ingrediente, Míster Wu? Ándele, dígame, dígame, dígame —le suplicó.
- El ingrediente secreto —dijo el señor Wu— es el polvito plateado que cubre las hojas de los árboles que dan plátanos. Se necesitan dos kilogramos.
- ¡Imposible: eso exige cientos de plantas! —exclamó Wong.
- Por eso yo no pude lograrlo, pero tú sí podrás —lo animó Míster Wu.
Wong gastó el último dinero que le
quedaba en un terreno. Labró la tierra, y sembró las plantitas de
plátano, que cuidaba a diario. Les quitaba los bichos y las hojas secas.
Con un fino pincel retiraba el polvillo plateado; pero era tan escaso,
que Wong tuvo que comprar más tierras y sembrar más plátanos. Así
pasaron años hasta que reunió los dos kilos.
- ¡Lo tengo, lo tengo, lo tengo! —le anunció Wong.
- Te calmas, te calmas, te calmas. Para enseñarte el método ve corriendo por tu esposa. Los alquimistas necesitan la ayuda de una mujer —le pidió Míster Wu.
- La hermosa Su-Yi hizo su entrada a escena.
- ¿Para qué me mandaste llamar don Míster padre? —preguntó ella.
- Para q
- Pues los voy vendiendo y de eso vivimos —aclaró la chica.
- ¿Y guardaste algo de dinero? —quiso saber el padre.
- Pues claro que sí.
- ¿Y puedo verlo?
- Desde luego. Pero ni se te ocurra pedirme prestado, porque no eres buen pagador.
- Desde luego. Pero ni se te ocurra pedirme prestado, porque no eres buen pagador.
Su-Yi fue a la habitación de al lado y
regresó con una docena de pesadas bolsas llenas de monedas de oro.
Míster Wu las fue dejando caer sobre el piso. Luego trajo un costal de
tierra, lo vació y comparó los dos montones.
- ¿Lo ves? —preguntó a Wong— lograste convertir la tierra en oro.
- ¿Lo ves? —preguntó a Wong— lograste convertir la tierra en oro.
Todos se quedaron callados y luego
estallaron en carcajadas al reconocer la inteligencia de Míster Wu. La
familia fue próspera y feliz gracias al ingenio de don Míster viejo
alquimista que, por cierto, halló la fórmula de recuperar y conservar la
juventud (a base de ricos licuados con el polvito plateado) y vive
hasta la fecha: él nos contó esta historia.
Fuente: Cuento tradicional de Myanmar.
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