Se
cuenta que allá para el año 250 A.C., en un Reino lejano, un Príncipe
de la región norte del país estaba por ser coronado Rey, pero de acuerdo
con la ley, él debía casarse.
Sabiendo esto, él decidió hacer una
competencia entre las muchachas de la corte para ver quién sería digna
de su propuesta. Al día siguiente, el príncipe anunció que recibiría en
una celebración especial a todas las pretendientes y lanzaría un
desafío.
Una anciana que servía en el palacio
hacía muchos años, escuchó los comentarios sobre los preparativos.
Sintió una leve tristeza porque sabía que su joven hija tenía un
sentimiento profundo de amor por el príncipe, pero pensaba que su hija
no estaría a la altura del desafío. Al llegar a la casa y contar los
hechos a la joven, se asombró al saber que ella quería ir a la
celebración.
Sin poder creerlo le preguntó: “¿Hija
mía, qué vas a hacer allá?. Todas las muchachas más bellas y ricas de la
corte estarán allí. Sácate esa idea insensata de la cabeza, sé que
debes estar sufriendo, pero no hagas que el sufrimiento se vuelva
locura”.
Y la hija respondió: “No, querida madre,
no estoy sufriendo y tampoco estoy loca. Todo parece indicar que jamás
seré escogida, pero es mi oportunidad de estar por lo menos por algunos
momentos cerca de mi amado Príncipe. Esto me hará feliz”
Por la noche la joven llegó al palacio.
Allí estaban todas las muchachas más bellas, con las más bellas ropas,
con las más bellas joyas y con las más determinadas intenciones.
Entonces, finalmente, el Príncipe anunció el desafío: “Daré a cada una
de ustedes una semilla, aquella que me traiga la flor más bella dentro
de seis meses, será escogida por mí, esposa y futura Reina”.
La
propuesta del Príncipe seguía las tradiciones de aquel pueblo, que
valoraba mucho la especialidad de cultivar algo, además de las
costumbres, amistades, relaciones, etc.
El tiempo pasó y la dulce joven, como no
tenía mucha habilidad en las artes de la jardinería, pero cuidaba con
mucha paciencia y ternura de su semilla, pues sabía que si la belleza de
la flor surgía como su amor, no tendría que preocuparse con el
resultado.
Pasaron tres meses y nada brotó. La
joven intentó todos los métodos que conocía pero nada había nacido. Día
tras día veía más lejos su sueño, pero su amor era más profundo. Por
fin, pasaron los seis meses y nada había brotado.
Consciente de su esfuerzo y dedicación
la muchacha le comunicó a su madre que sin importar las circunstancias
ella regresaría al palacio en la fecha y hora acordadas sólo para estar
cerca del Príncipe por unos momentos.
En la hora señalada estaba allí, con su
vaso vacío. Todas las otras pretendientes tenían una flor, cada una más
bella que la otra, de las más variadas formas, tamaños y colores. Ella
estaba admirada. Nunca había visto una escena tan bella.
Finalmente, llegó el momento esperado y
el príncipe observó a cada una de las pretendientes con mucho cuidado y
atención. Después de pasar por todas, una a una, anunció su resultado.
Aquella bella joven con su vaso vacío sería su futura esposa.
Todos los presentes tuvieron las más
inesperadas reacciones. Nadie entendía por qué él había escogido
justamente a aquella que no había cultivado nada. Entonces, con calma el
Príncipe explicó: “Ésta fue la única que cultivó la flor que la hizo
digna de convertirse en mi Esposa y Reina: La flor de la honestidad,
todas las semillas que entregué eran estériles”.
REFLEXIONEMOS
Maravilloso
relato, ¿no?. En tiempos donde lo importante parecen ser los
resultados, los logros, el éxito, lo visible, cultivar el valor de la
honestidad parece un valor perdido, el cual casi hemos olvidado, somos
capaces de inventar los más variados argumentos para excusarnos, por no
decir me equivoqué, para ser humildes y reconocer que otros tienen la
razón, o para decir no sé acerca de esto.
Opinamos sobre todo, juzgamos a todos…
La “viveza”, hoy en día comparada con la habilidad, se ha convertido en
un valor, encubriendo la mentira, el engaño, la falta de honestidad para
con nosotros mismos y los demás. La verdad, la sinceridad, la humildad…
no son virtudes exacerbadas en las comiquitas para niños, ni en las
publicidades para adultos.
Nuestra sociedad ha confundido el significado de la palabra ÉXITO.
Si he terminado mi día siendo leal a mí
mismo, sin traicionar mis creencias, mis sentimientos y apegándome a los
principios para quedar bien u obtener resultados… ése ha sido un día de
éxito. Puedes hacer de este, un día exitoso… De ti depende.”
Fuente: www.renuevodeplenitud.com
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