Un sultán
decidió hacer un viaje en barco con algunos de sus mejores cortesanos.
Se embarcaron en el puerto de Dubai y zarparon en dirección al mar
abierto.
Entretanto, en cuanto el navío se alejó
de tierra, uno de los súbditos, que jamás había visto el mar y había
pasado la mayor parte de su vida en las montañas, comenzó a tener un
ataque de pánico.
Sentado en la bodega de la nave,
lloraba, gritaba y se negaba a comer o a dormir. Todos procuraban
calmarlo, diciéndole que el viaje no era tan peligroso, pero aunque las
palabras llegasen a sus oídos no llegaban a su corazón.
El sultán no sabía qué hacer, y el
hermoso viaje por aguas tranquilas y cielo azul se transformó en un
tormento para los pasajeros y la tripulación.
Pasaron dos días sin que nadie pudiese
dormir con los gritos del hombre. El sultán ya estaba a punto de mandar
volver al puerto cuando uno de sus ministros, conocido por su sabiduría,
se le aproximó:
- Si su alteza me da permiso, yo conseguiré calmarlo.
Sin dudar un instante, el sultán le
respondió que no sólo se lo permitía, sino que sería recompensado si
conseguía solucionar el problema.
El sabio entonces pidió que tirasen al
hombre al mar. En el momento, contentos de que esa pesadilla fuera a
terminar, un grupo de tripulantes agarró al hombre que se debatía en la
bodega y lo tiraron al agua.
El cortesano comenzó a debatirse, se
hundió, tragó agua salada, volvió a la superficie, gritó más fuerte aún,
se volvió a hundir y de nuevo consiguió reflotar. En ese momento, el
ministro pidió que lo alzasen nuevamente hasta la cubierta del barco.
A partir de aquel episodio, nadie volvió
a escuchar jamás cualquier queja del hombre, que pasó el resto del
viaje en silencio, llegando incluso a comentar con uno de los pasajeros
que nunca había visto nada tan bello como el cielo y el mar unidos en el
horizonte.
El viaje, que antes era un tormento para todos los que se encontraban en
el barco, se transformó en una experiencia de armonía y tranquilidad.
Poco antes de regresar al puerto, el sultán fue a buscar al ministro:
- ¿Cómo podías adivinar que arrojando a aquel pobre hombre al mar se calmaría?
- Por causa de mi matrimonio -respondió el ministro-. Yo vivía
aterrorizado con la idea de perder a mi mujer, y mis celos eran tan
grandes que no paraba de llorar y gritar como este hombre.
Un día ella no aguantó más y me
abandonó, y yo pude sentir lo terrible que sería la vida sin ella. Sólo
regresó después de prometerle que jamás volvería a atormentarla con mis
miedos.
De la misma manera, este hombre jamás
había probado el agua salada y jamás se había dado cuenta de la agonía
de un hombre a punto de ahogarse. Tras conocer eso, entendió
perfectamente lo maravilloso que es sentir las tablas del barco bajo sus
pies.
- Sabia actitud – comentó el sultán.
Moraleja: Ciertas personas sólo consiguen valorar lo que tienen cuando experimentan la sensación de su pérdida.
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